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mundo entero! ¡Hola eh! ¡Yuupy! ¡Hola!»
Entró en el salón brincando y allí se quedó de pie, com pletamente enredado.
«¡Ahí está el bol de las gachas!», exclamó empezando nuevamente a brincar junto a la chimenea. «¡La puerta
por dónde entró el fantasma de Jacob Marley! ¡La esquina donde se sentó el fantasma de la Navidad del
presente! ¡La ventana dónde vi a los espíritus errantes! ¡Todo es verdad, todo ha sucedido de verdad. Ja, ja, ja!»
Para un hombre que llevaba sin practicar durante largos años, era realmente una risa espléndida, una risa de
lo más insigne. ¡La madre de una larga, larga descendencia de radiantes carcajadas!
«¡No sé en qué fecha estamos!», dijo. «No sé cuanto tiempo he estado con los espíritus. No sé nada. Estoy
como un niño. Qué más da. No me importa. Es mejor ser como un niño. ¡Hola! ¡Yuppy! ¡Hola eh!»
Su paroxismo fue moderado por los repiques de campanas de iglesia más fragorosos que había escuchado en
toda su vida. ¡Tilín, talán, ding, dong, tilín, tolón! ¡Ah, glorioso, glorioso!
Corrió a la ventana, la abrió y asomó la cabeza. Ni bruma, ni niebla; claro, despejado, alegre, estimulante, frío;
frío como el sonido de una gaita que invita a la sangre a bailar. Sol dorado, cielo azul, dulce aire fresco, alegres
campanadas. ¡Ah, glorioso, glorioso!
«¿Qué día es hoy?», gritó Scrooge a un chico que estaba abajo muy endomingado y que tal vez deambulaba
por allí para fisgarle.
«¿Qué?», respondió el chico con el mayor asombro.
«Qué día es hoy, amiguito?», preguntó Scrooge.
«¡Hoy!», respondió el muchacho. «Bueno, NAVIDAD.»
«¡Es el día de Navidad!», dijo Scrooge hablando consigo mismo. «No me lo he perdido. Los espíritus lo
hicieron todo en una sola noche. Pueden hacer lo que quieran. Naturalmente. Claro que pueden. ¡Hola,
amiguito!»
«Hola», replicó el chico.
«¿Conoces la pollería que está a dos calles, en la esquina?», inquirió Scrooge.
«Desearía haberla conocido», replicó el chaval.
«¡Qué chico mas inteligente!», dijo Scrooge. «¡Un muchacho notable! ¿Sabes si han vendido el pavo caro que
tenían allí colgado? No digo el barato sino el pavo grande.»
«¡Cuál?, ¿uno que es tan grande como yo?», dijo el muchacho.
«¡Qué encanto de chico!», dijo Scrooge. «¡Da gusto hablar con él. Sí, caballerete!»
«Allí está colgado ahora», respondió el chico.
«¿De veras?», dijo Scrooge. «Vete a comprarlo.»
«¡Amos anda!», exclamó el muchacho.
«No, no», dijo Scrooge, «hablo en serio. Vete y cómpralo y diles que lo traigan aquí, que yo les daré la
dirección a la que deben llevarlo. Vuelve con el mozo y te daré un chelín. ¡Si vuelves con él en menos de cinco
minutos te daré media corona! »
El chico salió disparado, como si hubiera tenido una mano firme apretando un gatillo.
«¡Se lo enviaré a la familia de Bob Cratchit!», musitó Scrooge, frotándose las manos y desternillándose de risa.
«No sabrá quién se lo manda. Es de un tamaño doble que Tiny Tim. ¿Joe Miller nunca gastó una broma tan
graciosa!»
No estaba firme la mano con que escribió la dirección, pero la escribió como pudo y bajó para abrir la puerta
de la calle antes de que llegara el hombre de la pollería. Cuando estaba esperando, la aldaba llamó su atención.
«¡La amaré mientras viva!», exclamó dándole palmaditas. «Apenas me había fijado en ella anteriormente. ¡Qué
expresión tan honrada tiene en el rostro! ¡Es una aldaba maravillosa! ¡Aquí está el pavo! ¡Hola! ¡Yuupy! ¿Cómo
está usted? ¡Felices fiestas!»
¡Aquello era un pavo! Aquel ave no podría haberse sostenido sobre sus patas; las habría reventado en un
momento como si fuesen palillos de lacre.
«Oiga, es imposible cargar con esto hasta Camdem Town», dijo Scrooge. «Tendrá que ir en coche.»
La risa ahogada con que dijo eso, y la risa ahogada con que pagó el pavo, y la risa ahogada con que pagó el
coche, y la risa ahogada con que recompensó al muchacho, solamente fue superada por la risa ahogada con que
se sentó, sin aliento, otra vez en su butaca, y continuó riéndose ahogadamente hasta que lloró.
Afeitarse no era una tarea fácil porque su mano seguía muy temblorosa y para afeitarse es necesario prestar
atención, incluso aunque no se esté bailando mientras uno se afeita. Pero aunque se hubiera cortado la punta de
la nariz, se habría puesto un esparadrapo y seguiría tan satisfecho.
Se vistió, «con sus mejores galas» y, por fin, salió a la calle, llena de gente a aquellas horas, tal como él había
visto con el Fantasma del Presente. Caminando con las manos a la espalda, Scrooge miraba a todos con sonrisa
embelesada. Ofrecía un aspecto tan entrañable que tres o cuatro personas simpáticas le dijeron «¡Buenos días,
señor! ¡Que tenga feliz Navidad!» Y Scrooge solía decir después que esos habían sido los sonidos más alegres
que jamás había escuchado.
No había llegado lejos cuando vio venir hacia él el caballero solemne que, el día anterior, había entrado en su
despacho diciendo: «De Scrooge y Marley, creo». El corazón le latió con violencia al pensar cómo le miraría
aquel viejo caballero cuando se cruzasen; pero también sabía cuál era el paso a dar, y lo dio.
«Estimado señor», dijo Scrooge acelerando el paso y asiendo al viejo caballero por ambas manos. «¿Cómo
está Ud.? Espero que haya tenido éxito ayer. Fue muy amable por su parte. ¡Feliz Navidad, señor!»
«¿El señor Scrooge?» [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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