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a llegar subs deportivos, coches terrestres camuflados como el de Mary, ostensibles
vehículos de superficie modificados para poder sumergirse, cada uno de ellos cargado
con refugiados, algunos de ellos medio asfixiados por haber permanecido escondidos la
mayor parte del día en lo más profundo del lago mientras aguardaban la posibilidad de
alcanzar la entrada.
La sala de asambleas normal era con mucho demasiado pequeña para albergar a
aquella multitud; el personal a cargo de la Sede decidió habilitar la habitación más grande,
el refectorio, y retiró los paneles que lo separaban de la sala principal. Era ya medianoche
cuando Lazarus subió al improvisado estrado.
- Bien - anunció -, cállense, por favor. Ustedes, los de delante, siéntense en el suelo
para que los demás puedan ver. Yo nací en 1912. ¿Hay alguien mayor?
Hizo una pausa, luego añadió:
- Nombremos, pues, al presidente... adelante, hablen. Fueron propuestos tres; antes de
que se sugiriera a otro, el último nominado se puso en pie.
- Axel Johnson, de la Familia Johnson. Quiero que mi nombre Sea eliminado, y sugiero
que los demás hagan lo mismo. Lazarus lo hizo muy bien la otra noche; dejemos que siga
haciéndolo Éste no es momento para política de Familias.
Los otros nombres fueron retirados; nadie más fue propuesto Lazarus dijo:
- De acuerdo, si eso es lo que desean. Antes de que empecemos a discutir, desearía
un informe del Jefe de los Depositarios. ¿Cuáles son las noticias, Zack? ¿Ha sido
detenido alguno de nuestros parientes?
Zaccur Barstow no necesitó identificarse a sí mismo; simplemente dijo:
- Hablo en nombre de los Depositarios: nuestro informe no es completo, pero aún no
sabemos de ningún Miembro que haya sido arrestado. De los nueve mil doscientos
ochenta y cinco Miembros revelados, nueve mil ciento seis habían informado, cuando
abandoné la oficina de comunicaciones hace diez minutos, que habían logrado ocultarse,
en casas de otras Familias o en los hogares de Miembros que no se habían revelado o en
otros lugares. El aviso de Mary Sperling fue sorprendentemente eficaz, teniendo en
cuenta el poco tiempo que transcurrió desde la alarma hasta la ejecución pública de la
acción del Consejo... pero pese a todo tenemos aún a ciento setenta y nueve primos
revelados que no han informado. Probablemente la mayoría de ellos irán llegando aquí
durante los próximos días. Otros estarán probablemente a salvo pero imposibilitados de
comunicarse con nosotros.
- Vayamos a lo práctico, Zack - insistió Lazarus -. ¿Hay alguna posibilidad razonable de
que todos ellos estén a salvo?
- Absolutamente ninguna.
- ¿Por qué?
- Porque se sabe que tres de ellos se hallan en estos momentos en transportes
públicos entre aquí y la Luna, viajando bajo sus identidades reveladas. Otros de los que
no sabemos nada se hallan casi con toda seguridad atrapados en circunstancias
parecidas.
- ¡Pido la palabra! - Un hombrecillo arrogante de las primeras filas se puso en pie y
apuntó con un dedo al Jefe de Depositarios -. ¿Se hallan todos esos Miembros hoy en
dificultades protegidos por una inyección hipnótica?
- No. No hubo...
- ¡Exijo saber por qué no!
- ¡Cállese! - gritó Lazarus -. Se halla usted descompuesto. Nadie aquí está sujeto a
juicio, y no tenemos tiempo que malgastar en preguntar quién derramó la leche. Adelante,
Zack.
- Muy bien - Pero contestaré de todos modos a la pregunta: todo el mundo sabe que en
la Asamblea en la cual fue liberada la «Mascarada» se votó una proposición de proteger
nuestros secretos por medios hipnóticos. Creo recordar que el primo que está ahora
objetando ayudó con su voto en aquel momento a que la proposición fuera rechazada.
- ¡Eso no es cierto! E insisto que...
- He dicho que se calle! - le chilló Lazarus al provocador, mirándole fijamente -. Amigo,
me sorprende usted con una prueba clara de que la Fundación hubiera debido ir en busca
de una raza de cerebros y no de años. - Miró a la multitud -. Cualquiera puede decir aquí
lo que desee, pero siempre que sea aceptado por el presidente. Si alguien vuelve a
embestir de este modo, lo voy a amordazar con sus propios dientes... ¿queda entendido?
Hubo un murmullo mezcla de sorpresa y aprobación; nadie objetó. Zaccur Barstow
prosiguió:
- Por consejo de Ralph Schultz, los depositarios hemos estado procediendo
discretamente en los últimos tres meses a persuadir a los Miembros revelados a pasar por
instrucción hipnótica. Hemos obtenido un notable éxito. - Hizo una pausa.
- Dígalo de una vez, Zack - urgió Lazarus -. ¿Estamos a cubierto? ¿O no?
- No lo estamos. Al menos dos de nuestros primos que seguramente serán arrestados
no se hallan protegidos. Lazarus se alzó de hombros.
- Esto lo cambia todo. Parientes, el juego ha terminado. Una punzada en el brazo o un
zumo sueltalenguas, y la «Mascarada» habrá terminado. Es una nueva situación... o lo
será dentro de pocas horas. ¿Qué proponen que hagamos al respecto?
En la sala de control del Cohete de los Antípodas Waliaby, en vuelo hacia el sur, el
telecom zumbó, hizo ¡spung!, y sacó una tira de papel parecida a una impúdica lengua. El
copiloto se inclinó hacia adelante, tiró del mensaje, y cortó la tira de papel.
Lo leyó, luego volvió a releerlo.
- Capitán, prepárese.
- ¿Problemas?
- Lea.
El capitán lo hizo, y lanzó un silbido.
- ¡Maldita sea! Nunca he arrestado a nadie. Ni siquiera creo haber visto nunca a nadie
arrestado. ¿Por dónde debemos empezar?
- Me inclino ante su superior autoridad.
- ¿Ah, sí? - dijo el capitán con tono irritado -. Pues ya se ha inclinado ante mi autoridad,
vaya a popa y efectúe el arresto.
- ¿En? No es eso lo que quería decir. Usted es la autoridad aquí. Es quien tiene el
mando.
- No me ha comprendido. Estoy delegando esta autoridad Obedezca las órdenes.
- Un momento, Al, yo no firmé para...
- ¡Obedezca las órdenes!
- ¡A la orden, señor!
El copiloto fue a popa. La nave había completado su reentrada, y se hallaba en su
largo, plano y estridente planeo de aproximación; era capaz de andar... se preguntó cómo
sería un arresto en caída libre. ¿Habría que utilizar un cazamariposas? Localizó al
pasajero por el número de su asiento, tocó su brazo.
- Servicio, señor. Parece que hay algún error de documentación. ¿Puedo ver su billete?
- Por supuesto.
- ¿Tendrá la bondad de venir conmigo al compartimento privado? Es más tranquilo, y
los dos podremos sentarnos.
- No hay inconveniente.
Una vez se hallaron en el compartimento privado, el oficial en jefe le pidió al pasajero
que se sentara, luego pareció turbado.
- ¡Estúpido de mí! He olvidado la lista de pasajeros en la sala de control. - Se giró y
salió. Cuando la puerta se cerró tras él, el pasajero oyó un inesperado clic.
Repentinamente suspicaz, probó la puerta. Estaba cerrada por fuera.
Dos agentes acudieron a por él en Melbourne. Mientras lo escoltaban por el
espaciopuerto pudo oír los comentarios de la curiosa y sorprendentemente hostil multitud:
- ¡Es uno de ellos!
- ¿Sí? Cielos, no parece tan viejo.
- ¿A cuánto habrá pagado las glándulas de mono?
- No lo mires así, Herbert.
- ¿Por qué no? No se le ve mal del todo. Lo llevaron a la oficina del Superintendente
Jefe, que lo invitó a sentarse con una formal educación.
- Ahora, señor - dijo el Superintendente con un ligero acento local -, si desea colaborar
con nosotros, permitirá que el enfermero le ponga una pequeña inyección en el brazo...
- ¿Para qué?
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