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llamados a horas determinadas; algunas conejeras de los suburbios no disponían de
servicio telefónico. No importa, Míke lo sabía todo... y el resto de nosotros no sabíamos
nada que pudiera perjudicar a cualquiera.
Después de decidir que Mike debería hablar directamente con cualquier camarada en
determinadas circunstancias, se hizo necesario proporcionarle más voces y disfrazarlo,
darle tres dimensiones, crear un «Adam Selene, Presidente del Comité Provisional de
Luna Libre».
La necesidad de más voces residía en el hecho de que Mike sólo tenía un voder-
vocoder, en tanto que su cerebro podía manejar una docena de conversaciones, o un
centenar (ignoro cuántas), del mismo modo que un maestro ajedrecista juega
simultáneamente contra cincuenta adversarios.
Esto provocaría un atasco a medida que la organización creciera y las llamadas a
Adam Selene se hicieran más frecuentes, y podía ser crucial si durábamos lo bastante
como para entrar en acción.
Además de procurarle más voces, yo deseaba silenciar la única que tenía. Uno de
aquellos presuntos especialistas en computadoras podía entrar en la sala de máquinas en
el preciso instante en que telefoneábamos a Mike; y a pesar de sus cortos alcances,
podía llamarle la atención el hecho de que el computador principal hablara solo, al
parecer.
El voder - vocoder es un aparato muy antiguo. La voz humana se compone de
zumbidos y siseos mezclados de modos muy diversos; esto es cierto incluso para la
coloratura de una soprano. Un vocoder descompone zumbidos y siseos en gráficas que
un computador (o un ojo entrenado) puede leer. Un voder es una caja que puede emitir
zumbidos y siseos y tiene controles para variar aquellos elementos y hacerlos coincidir
con aquellas gráficas. Un ser humano puede «tocar» un voder como si fuera un
instrumento musical, produciendo un lenguaje artificial; un computador programado
adecuadamente puede hacerlo con la misma rapidez, la misma facilidad y la misma
claridad con las que un hombre puede hablar.
Pero las voces en un hilo telefónico no son ondas de sonido, sino señales eléctricas;
Mike no necesitaba la parte auditiva del voder - vocoder para hablar por teléfono. Las
ondas de sonido sólo eran necesarias al otro extremo para los humanos; los sonidos
hablados no eran indispensables en la sala de Mike en el Complejo de la Autoridad, de
modo que planeé eliminarlos, y con ellos el peligro de que alguien los percibiera.
Primero trabajé en casa, utilizando el brazo número tres la mayor parte del tiempo. El
resultado fue una caja muy pequeña que incluía veinte circuitos voder - vocoder sin la
parte auditiva. Luego llamé a Mike y le dije que «enfermara» de un modo que importunara
al Alcaide. Luego esperé.
No era la primera vez que usábamos el truco de la «enfermedad» de Mike. Puse
manos a la obra en cuanto me enteré de que podía circular sin temor, cosa que ocurrió el
jueves de aquella misma semana, cuando Álvarez incluyó en el Archivo Zebra un informe
sobre los disturbios en el Stilyagi Hall. Su versión involucraba a un centenar de personas;
la lista incluía a Shorty Mkrum, a Wyoh, al profesor y a Finn Nielsen, pero no a mí: al
parecer, sus esbirros no me habían visto. Hablaba del asesinato a sangre fría de nueve
oficiales de policía, investidos de su autoridad por el Alcaide para el mantenimiento de la
paz. Citaba también a tres de nuestros muertos.
Una semana más tarde, un informe adicional señalaba que «la conocida agente de la
subversión Wyoming Knott, de Hong Kong Luna, cuyo incendiario parlamento del lunes 13
de mayo habla provocado los disturbios que causaron la muerte a nueve dignos oficiales,
no había sido localizada en Luna City ni había regresado a su residencia habitual de Hong
Kong Luna, por lo que se suponía que había muerto en el curso del motín que ella misma
había provocado». Este informe adicional admitía lo que el anterior había omitido, es
decir, que los cadáveres habían desaparecido y que se desconocía el número exacto de
víctimas.
Lo cual significaba que Wyoh no podía regresar a Hong Kong ni volver a ser rubia.
Dado que yo no había sido localizado, reanudé mi vida normal, volviendo a ocuparme
de mis clientes; aquella semana repasé las máquinas y los ficheros de la Biblioteca
Carnegie, y dediqué mis ratos libres a escuchar las lecturas que Mike me hacía del
Archivo Zebra y otros archivos especiales, haciéndolo en la habitación L del Hotel Raffles,
ya que no disponía aún de mi propio teléfono. Durante aquella semana Mike no dejó de
atosigarme como un chiquillo impaciente (¿qué otra cosa era, si no?), queriendo saber
cuándo iba a recoger más chistes. Si no pensaba ir a recogerlos, quería decirlos por
teléfono.
Su insistencia me puso nervioso, y tuve que recordarme a mí mismo que, desde el
punto de vista de Mike, analizar chistes era tan importante como liberar Luna... y que
nunca hay que prometer a un niño lo que no se piensa cumplir.
Además de eso, me torturaba pensando si podría entrar en el Complejo sin que me
echaran mano. Sabía que el profesor figuraba en la lista de elementos subversivos, y por
eso dormía en el Hotel Raffles. Pero ellos sabían que había estado en la famosa reunión,
y sabían dónde daba sus clases diariamente... y sin embargo le dejaban en paz. ¿Me
encontraba yo realmente fuera de peligro? ¿O estaban acechando una ocasión para
detenerme por sorpresa? Tenía que averiguarlo.
De modo que le dije a Mike que se pusiera enfermo. Lo hizo, me llamaron... y no pasó
nada. Aparte de tener que exhibir el pasaporte en la estación, y luego en un puesto de
guardia, nuevo, en el Complejo, todo discurrió como de costumbre. Charlé con Mike,
recogí un millar de chistes (con la condición de analizarlos a razón de un centenar cada
tres o cuatro días, no más aprisa), le dije que se pusiera bueno, y regresé a Luna City,
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